Este viernes 8, un jurado de nueve miembros decidirá si van a prisión o quedan libres los tres policías acusados de la muerte a tiros de Kebyn Brayan Peralta Asencio, un joven español en los documentos, pero irremediablemente llegado desde la República Dominicana a esa España que, de más en más, reniega de los inmigrantes racializados y pobres.
Sudaca. Eso era Kebyn, aunque no procediera del Sur americano, sino de una familia de una isla antillana que, en los años ochenta del pasado siglo, comenzó a mandar en masa a sus mujeres a realizar las tareas domésticas de los hogares españoles y a ocupar los puestos más bajos en el sector servicios. Su madre es una de estas mujeres migrantes.
Residente en Vallecas, distrito madrileño donde el 21.6 % de la población vive en situación de pobreza extrema y el 6.4 % está inscrito en el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) porque está en paro, el joven pertenecía a esa inmigración condenada a la marginalidad y sus secuelas que desdice el discurso político de la inclusión.
Cynthia Favero Ballesteros, abogada experta en Derecho Internacional y socia fundadora del prestigioso bufete Favero & Kolschinske, se ha hecho cargo de representar a la familia de Kebyn. Que no suene extraño: miembro de Abogados sin Fronteras y Somos iguales en España, representa pro bono a personas que, como la familia de Kebyn, tienen recursos escasos y una condición de vulnerabilidad derivada de su pertenencia étnica.
Armada de sólidos argumentos jurídicos, Favero Ballesteros dará todo de sí para vencer el corporativismo policial, fuertemente influenciado por la ideología de derecha, en un caso cuyos actores son un “extranjero” muerto y tres policías vindicados de mil y una maneras en su presunta inocencia por sus colegas, desde hace años en lucha por lograr el uso de sus armas de manera impune amparados en una autoridad sin límite.
Nada garantiza que los integrantes del jurado popular, escogidos de manera aleatoria en un procedimiento que arranca hoy, estén a resguardo del creciente rechazo al inmigrante y, por ende, puedan simpatizar con los policías. El sindicato Justicia Policial (Jupol), que ha asumido la defensa de los imputados y trabajado duramente para la creación de un clima de opinión que les sea favorable: desde videos simulando los hechos, donde las características físicas de los policías y la víctima se distorsionan, hasta la determinación de la supuesta trayectoria de las balas creada conforme a sus deseos. No ha faltado puerta pericial que no hayan tocado, sea jurídica o médica.
Pero no solo el Jupol se ha empeñado en crear justificaciones del homicidio. La prensa de derecha amplificó una narrativa en la cual Kebyn puso en serio peligro la vida de sus tres homicidas. Un ejemplo basta: el pasado día primero, el periódico derechista Vozpopuli titulaba una nota sobre el caso “La furia incontenible de Kevin (sic)”. El subtitular completaba la imagen de un coloso contra tres indefensos enanos. El cuerpo de la nota, un dechado de tergiversación.
Cúmulo de incongruencias
Favero Ballesteros las señala minuciosamente. Son incongruencias que siembran serias dudas sobre el testimonio de los tres policías involucrados. Una de ellas es el tiempo transcurrido entre el momento de la salida de Kebyn de su habitación, armado de un cuchillo de pelar papas, y los disparos que terminaron con su vida: apenas 50 segundos.
Es difícil aceptar la concordancia entre los hechos narrados por los policías y el tiempo en que estos ocurrieron. No se requiere olfato de sabueso. Cincuenta segundos apenas alcanzan para nada, o no por lo menos para lanzar quince puñaladas que tocan el escudo protector de uno de los policías en movimiento, caer ambos al suelo, levantarse, perder Kebyn el arma, recuperarla y, finalmente, recibir siete disparos de los diecinueve que fueron hechos. En principio se dijo que murió desangrado por seis disparos, pero la autopsia reveló un séptimo.
Hay otros datos inadmisibles incluso para la lógica más simple, dice la abogada. Esther, la madre del joven, asegura que al momento de ella salir del apartamento para pedir ayuda a la Policía, contando con que lo disuadirían de su conducta violenta, su hijo vestía pantalón corto y estaba sin camisa. Cuando el cuarto policía, que concurre al juicio como testigo, llega al rellano del piso 9, Kebyn estaba cubierto por una camisa. Cuando lo hacen los miembros del SAMUR, el muchacho vestía camiseta y chaqueta. La madre jura que esa ropa estaba tirada en un sillón de la sala del apartamento. Pero fuera cual fuera la vestimenta, hay solo una cosa cierta: desapareció como por arte de magia.
Pese a que la abogada Favero Ballesteros ha insistido a lo largo del proceso en recuperar la ropa para poder determinar la trayectoria real de los disparos que impactaron a Kebyn, le ha sido absolutamente imposible. Como imposible ha sido recibir una explicación creíble de por qué el cuchillo patatero que esgrimía el joven aparece roto, la parte metálica sin huellas dactilares sobre una repisa, y la cacha plástica al lado del cuerpo. Tampoco es entendible que el cuchillo no se rompiera cuando golpeaba el escudo protector del policía, sino cuando los disparos recibidos hicieron a Kebyn caer al suelo.
Desproporción absoluta
Curtida en las lides penales, confiesa haber visto pocos casos con tal desproporción entre la agresión de un individuo y la respuesta policial. Tres contra uno. Tres hombres vigorosos, como suelen ser los policías, y uno endeble por su peso y estatura. Los resultados toxológicos arrojaron que Kebyn había consumido cristal, una droga de diseño que tiene entre sus consecuencias cambios drásticos en el estado de ánimo, entre ellos las oscilaciones entre euforia y depresión, irritabilidad y conductas violentas y destructivas. Pero, como afirma la abogada Favero Ballesteros, aun cuando estuviera “colocado”, la droga no lo convertía en alguien capaz de amenazar la vida de tres entrenados policías a los que tenía enfrente armados y con chalecos antibalas.
Peligro no corrían, desde luego, opina la jurista. Por el contrario, sí lo corrieron los vecinos de los pisos 8 y 10 del edificio en el que ocurrió la tragedia. Alguno de ellos pudo haber abierto su puerta en el momento en se producía la lluvia de balazos, y haber resultado herido. El azar es menos azar de lo que comunmente se piensa.
De esa desproporción tratará ella de convencer al jurado para hacer que, en su veredicto, descarte la eximente de legítima defensa, que atenuaría la pena si fueran declarados culpables, o que los eximan de culpabilidad. Kebyn está muerto y nada puede negarlo, pero sí puede un veredicto legitimar las causas.
¿Por qué un jurado popular?
La historia del jurado popular en España comenzó en la segunda década del siglo XIX; en su decurso hay paréntesis y mutaciones. Es en 1978 cuando un mandato constitucional decide su creación mediante ley orgánica, lo que no sucede hasta 1995. Entre sus competencias está juzgar el homicidio.
Sus miembros, escogidos de manera aleatoria, son entrevistados por las partes, que tendrán el derecho a ocho rechazos. Los finalmente seleccionados asistirán al juicio como espectadores; concluida la audiencia se retirarán a deliberar para rendir un veredicto. Determinar la culpabilidad requiere siete votos en contra del acusado; para establecer su inocencia, cinco votos a favor. La condena está a cargo del juez, obligado a respetar la decisión del jurado.
Cynthia Favero Ballesteros
Abogada experta en Derecho Internacional y con numerosas especialidades, litiga con frecuencia en lo que llama “penal duro”.
Ha mantenido una relación cercana con la colonia dominicana en España, llegando a prestar servicios a la embajada y a consulados del país.
Defensora reconocida de los derechos humanos, presta sus servicios jurídicos a inmigrantes de países tan distantes como Ecuador y Rumania. Entre ambos, numerosas personas de otras nacionalidades han puesto en sus manos la solución de sus conflictos con la ley o el resarcimiento cuando la injusticia contra ellas ha campado por su respeto.
La familia de Kebyn Brayan Peralta Asencio no es la primera, y no será la última familia dominicana que la tenga como representante en los tribunales de la Península.
La han antecedido otras, algunas involucradas en sonados casos. En la media mañana (para ella) en la que se produce la conversación telefónica con DL, se apresuraba a encontrarse con Esther Asencio, la atormentada madre de Kebyn.El hilo que la unió a Esther es una exalumna suya, también abogada, que conociendo sus altas competencias profesionales le pidió tomar el caso.